martes, 18 de marzo de 2008

El suicidio del violinista ( y su inspiración introductoria)

Reina: La inspiración es inentendible para aquellos que jamás la padecieron. De un chiste que duro medio segundo en un ensayo lleno de planteos más interesantes (que dicho chiste) mi terca inspiración se quedo en el chiste de medio segundo; y luego de hacer nido durante la noche y la mañana, tomó vuelo y se convirtió en lo que se escribe a continuación. Bienaventurado el que entendió lo que quise explicar, porque de el sale arte.

Luján: No entendí

Reina: No me extraña.

El suicidio del violinista

El señor Pedrov fue, alguna vez, un niño prodigio.

A muy corta edad había superado ampliamente a sus educadores musicales, para orgullo o disgustos de los mismos.

La calidad de sus interpretaciones con su violín emocionaba hasta los más insípidos y deleitaban a los grandes maestros.

Para sus años de adolescente sus manos valían millones y su presencia era requerida en todas partes del mundo.

Con su fama y su dinero las musas inspiradoras le llovían día y noche, el sabia que con una sola nota de su violín podía seducir a cualquier mujer, o a cualquier empresario.

Andre Pedrov pronto estaba totalmente hundido en el mar de su propio ego y sus oídos se llenaron de aplausos aplacando a la música; entonces, su genio artístico, su sensibilidad interpretativa y sus contratos millonarios lo abandonaron para siempre.

Nadie más quiso escucharlo jamás.

Su nombre era sinónimo de mala suerte entre los artistas. Y temeroso de un destino igual prefirieron pretender que nunca existió.

El señor Pedrov yace sentado en la única silla sana de su muy precaria habitación de pensión. A sus pies, un gato desaliñado y de cola muy larga da vueltas en busca de atención. Pedrov mira fijo hacia una mancha de humedad que se parece, extrañamente, a una clave de fa. solo piensa en una cosa – “me voy a matar”. La idea le pega en el alma, y esta vez no la descarta; pronto pasan por su cabeza todos los métodos conocidos de suicidios y aunque le estremezca la piel pensar en algunos de todas formas no se aparta de su meta. Rápidamente decide, y se levanta de golpe de la silla haciéndola chillar contra el suelo. Desde el otro lado de la habitación mira fijo a su oxidada cocina –“es el mejor método” piensa, y camina, levantando la mano a la altura de la llave de gas completamente decidido a terminar así con su vida; pero a medio camino, algo pone fin a su marcha y cae estrepitosamente de cara al piso. La correa del estuche de su violín se había enganchado a su pie.

La piel se le eriza, y una nueva idea recorre la mente de Andre. Una última oportunidad se le presentaba; si no podía hacer que su vida sea histórica, lo seria su muerte. Sonriendo se levanta del piso, toma su violín y con un par de zancadas esta sentado nuevamente en la silla; abre el estuche y mira con cierto recelo su violín olvidado. Analiza las posibilidades. Toma el arco. Tira el violín a un costado. Tensa las cerdas al máximo. Desnuda su muñeca y comienza a frotar con furia con el arco en su brazo. Pronto siente un poco de calor en el brazo, pero nada mas, no sangre fluyendo, no muerte, no luz blanca, no nada. Abatido, rabioso sigue con su frenesí de frotar y entonces el que sede no es su carne sino su corazón, abatido por años de excesos y golpeado por última vez por esta frustración.

Junto al violín en el suelo, el gato va y viene con su hambre acumulada. Ajeno a las peripecias de su dueño, decide rascar su lomo sobre la superficie del violín, pasa todo su cuerpo, y al llegar al final, su larga cola hace sonar una cuerda.

El violinista abre los ojos al oír el La que fluye de sus venas al frotar el arco.

Andre Pedrov muere feliz, ha descubierto que la música aun corre por sus venas.

Reina Idgie


1 comentario:

Unknown dijo...

Reina Idgie, veo que se ha reencontrado con la inspiración tan valorada por muchos, pero poco utilizada por la mayoría. Permitame felicitarla por su último post, impecable como los anteriores! Adiós, hasta pronto.