Superados los bloqueos creativos, las crisis, los humores y las catarsis, helo aquí. Que les aproveche.
“A Dónde fue a parar Natalio Ruiz?”
Se abre la puerta y entra Natalio, exacerbado, exhausto, extasiado.
Deja su ceniciento sombrero con odiosa actitud; se despide de sus zapatos; y ya un poco más animado prende el televisor, por siempre anclado en un mismo canal. Los rayos del humilde aparato estallan contra su cara, constituyéndose en el único vestigio de luz en la negrura del ambiente; sus ojos fijos y su rostro pálido no acusan ningún tipo de emoción, tan solo inercia. El elevado volúmen del aparato ha opacado unas tímidas gotas de lluvia y un fuerte soplido, pero nada pudo hacer contra un rechinido ronco y muy agudo, como un grito sordo proveniente de la parte trasera de la tapera.
Con desgano aparta la vista de su hipnótico amigo; y desde el sillón, medio colgado, trata de vislumbrar entre las sombras…
Otra vez ese sonido, aquel sonido que le era familiar…
Gruñe, y con actoral violencia se levanta y camina hacia el molesto sonido, tirando, al pasar, toda su colección de viejos discos de los `70. Mientras avanza hace sonar sus talones sobre las pecosas cerámicas del piso que hace tiempo han perdido su color.
Pero de pronto su andar se detiene. Incrédulo, pálido; no atina a hacer nada… Sus pupilas se dilatan, su respiración se acelera…
Justo en ese momento la lluvia empieza a golpear con más fuerza sobre el techo de chapa. Esta vez es un relámpago que se cuela por la puerta entreabierta el que ilumina sus temblorosos ojos. El viento empuja la vieja y gruesa hoja de madera contra la pared violentamente; de sus grandes goznes de acero oxidados se desprende un agudo rechinido seguido de un sordo golpe producto del estampido del pomo contra la mampostería, a la cual ya le ha abierto un hueco. Natalio inmóvil frente al espectáculo, su ropa salpicada se agita con las oleadas de viento, sus puños apretados, sus piernas con un leve temblor, su cara desencajada es asombro y desconcierto:“¿De donde salió esa puerta?”
Decidido y ya con un poco mas de coraje, emprende el lento camino hacia la misteriosa puerta abierta; en el trayecto “manotea” su sombrero gris
“si he de morir, moriré dignamente” piensa, sin notar que sus pies aun están descalzos.
Cruza la puerta sin titubeos, enfrenta con valor de soldado a los rayos, al viento y a la lluvia que con insistencia parecen advertirle del peligro.
El último paso parece eterno… y ya del otro lado, su ceño fruncido con el que dibujaba su heroísmo, se relaja y se arquea ante la emoción que le produce lo que ve.
Ya no llueve, no hay viento oscuridad ni truenos: ante sus ojos, el balcón de su amada, la densa enredadera floreada que cuelga a un lado y el farolito que ilumina la esquina de Pacheco y Agüero. Se mira las manos, está atónito aún no distingue si está despierto; escucha voces a lo lejos, mira el balcón y una lágrima escapa de su ojo derecho, su cara de piedra… se lleva la mano derecha al pecho y estruja su piel con gran fuerza. En este momento rompe en un llanto agónico, su voz corrompe el silencio de la escena “¿Dónde estás?… ¿con quién duermes?...” Descarga tan violentamente aquellas palabras que lo dejan sin fuerzas y cae pesadamente sobre sus rodillas mirando hacia la acera. “Quiero verte…” susurra mientras un hilo de baba se le entremezcla con su sollozo. Sus ojos mojados encuentran ahora su sombrero que ha rodado por las baldosas, sus brazos yaciendo pesadamente a cada lado son incapaces de alcanzarlo, suspira… cierra los ojos, aúna fuerzas y se impulsa hacia delante. El raído sombrero va a parar a su mano como en una caricia y en un solemne gesto y sin dejar de mirar aquella ventana por entre sus lagrimas, cubre su calva cabeza; limpia con la mano el polvo que la vereda dejo en sus rodillas; y emprende marcha. No esta seguro de cómo llegó hasta allí, pero sabe como volver, conoce ese camino de memoria.
Distraído en recuperar su compostura no advierte que un par de ojos lo observan asomándose, tímidamente, por entre las cortinas de seda.
Ella acaricia con su mirada la espalda arqueada y el paso arrítmico de Natalio al alejarse; mientras lo ve irse un cántaro de lágrimas oportunamente silenciosas ruedan por su cara hasta mojar los pliegues de su cuello en donde el nombre de Natalio quedó atorado una vez más.
El hombre en su cama ronca y se mueve; pronto se va a despertar y ella no tendrá manera de explicarle porqué, nuevamente, está llorando junto a la ventana…
Vuelve a la cama con pequeños pasos. Y mientras apoya su cara en la almohada piensa,
“mañana lo volveré a llamar”
(un placer, como siempre)
1 comentario:
El placer fue todo mío, muchas gracias alteza.
Sir Luigi
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